El tatami nos ha conquistado por muchas y variadas razones. Entre algunas de las más prácticas y funcionales, su gran capacidad de aislamiento térmico. Quienes lo tengan en casa sabrán del placer de andar descalzo y tumbarse sobre su superficie en primavera y verano y sentir el contacto del mimbre directamente sobre la piel. Mucho más fresco, agradable y natural que dormir la siesta entre sudores del tapizado de tela o cuero del sofá…
En los meses de invierno, conseguir que nuestra vivienda se mantenga cálida y acogedora suele costarnos tiempo y dinero, por lo que cubrir los suelos con alfombras y tatamis es una opción ideal para aislar del frío y conservar el calor. Exacto, combinar alfombras y tatamis para cubrir una estancia de lectura, un salón o un dormitorio es una opción que funciona y resulta muy interesante. Étnico, clásico o sofisticado, la belleza natural y sencilla del tatami se adapta a la perfección.
Tatamis y tejidos étnicos, un toque personal
El tatami y el interiorismo de hoy
El washitsu es una estancia al estilo tradicional japonés, es decir, una habitación con el suelo cubierto de tatamis, puertas correderas shoji y a menudo un tokonoma, una suerte de espacio elevado, como una pequeña tarima sobre el tatami, con objetos decorativos, arreglos florales ikebana o muebles decorativos para ser exhibidos. Aunque admirar la belleza de estos espacios nos deja atónitos, actualmente, en muchos hogares Japón, el tatami convive con suelos de materiales más modernos y un interiorismo más actualizado. Seguir las reglas del washitsu al pie de la letra puede resultar poco práctico y, quizás, incluso menos interesante que adaptarlo a nuestra vida, nuestras influencias y nuestro estilo.
El interiorismo occidental no está reñido en absoluto con los elementos del washitsu más puro. La osadía en las combinaciones de materiales y elementos aportan personalidad, armonía y vida a los espacios. Por ejemplo, el contraste de materiales considerados más “fríos” como el cristal o el metal, y la estética natural, cálida y de belleza simple de la superficie de esterilla y las líneas del tatami. No hay nada tan interesante y original como atreverse a integrar elementos tradicionales del interiorismo japonés y ver cómo conviven y se redefinen junto a nuestra decoración y mobiliario occidentales.
El tatami, un trozo de historia de Japón
La historia del tatami es larga y discurre paralela a la evolución social, política y económica del Japón, durante unos 1200 o 1300 años, que no es poco.
A grandes rasgos, se suele situar su origen etimológico en el verbo “tatamu”, que vendría a ser algo así como “apilar y plegar”. Este concepto remita posiblemente a que, en su origen, el tatami era una estera menos rígida, que se plegaba y enrollaba.
En el remoto período Heian, el último de la época clásica japonesa, (795-1185), el tatami era un lujo casi exclusivo donde reposaba y se sentaban los privilegiados y la corte imperial. Todavía no ocupaba estancias enteras, sino que las cubría de forma parcial. Durante los períodos siguientes, el uso y la presencia del tatami evolucionó. Cambió su disposición y adquirió gran simbología en el interiorismo japonés, como su rol esencial en la Ceremonia del Té, o el rango que confería a su dueño la tela usada para el ribeteado. Pero no es hasta el período Edo (1603-1868) cuando adquiere mayor relevancia y hacia mediados de dicha época se generaliza su uso entre la población, aunque en algunas zonas rurales no sucede hasta el período Meji (1868-1912). Parece ser que por aquel entonces ya era uno de los bienes más preciados de los hogares, cuyas estancias se medían (y a veces se miden todavía hoy) por tatamis. Además, su fabricación y el cultivo de los materiales que lo componen se organizaba en gremios y sindicatos de gran relevancia social, lo que da cuenta de la importancia del tatami como un trozo de la historia de Japón.